domingo, enero 20, 2013

El desenlace de la felonía

No es paz porque es ironía, es otra cosa que no tiene nombre, sólo rabia y moralina tonta. Es como querer ser sacerdote orador de los tiempos en los albores de una civilización ridícula. Tiene tanto sentido como no tenerlo. Tiene tanto sentido ser Dios en este mundo como dejar de ser cualquier tipo de existencia. Ése es el precipicio, es esa la espada y la pared, de Damocles y de Palestina.


 No tiene sentido apretar el gatillo ni sentarse a esperar, sólo tiene sentido el arco y la flecha. Allí.


 Finis Terrae.


 Muere la tierra para parir el mar, empujando vientos, desatando huracanadas cuerdas de felonía, dando lugar al horizonte. Da lugar al horizonte que es mi casa, que es el único sentido.


 Lancé una flecha al viento del horizonte, y llegó tan lejos que traspasó los mares, y no le até cuerda a la flecha porque la cuerda era mi cordura, y entonces fui yo su rastro. Me deshice en los diecisiete mil millones de pedazos que componen mi cuerpo y fui mi alma atornillándose al viento, estirándose a lo largo del curso de la flecha, girando sobre sí misma. y fui agujero de gusano, fui un punto en el que ya existir no tenía ese halo de importancia, lo importante era trascender, trascenderse. La contemplación no era definitiva, porque lo definitivo es finito; era algo contemplativo, sí, pero como forma de vida.


 La flecha que atravesó el agujero de gusano no era mi cuerpo ni mi alma, era yo, en el último puerto del mundo queriendo estirar cada centímetro de mi cuerpo hacia ningún sitio, hacia el horizonte, mi casa.


 Si no escribo no armonizo, no me siento ingobernable y feroz.
 Siempre, ingobernable e feroce.

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