viernes, mayo 23, 2014

De golpes y respuestas




Hay veces que de repente la vida te exige una respuesta. Te mira a la cara y tú te quedas ahí delante, como queriendo decirle que… que no… que estabas durmiendo o… que estabas en otra cosa… y tu cara de pasmado refleja a la perfección lo que la vida te pide.
“¿Por qué me juzgas?”, le gritas ahora a la cámara, en silencio, y la cámara te devuelve la mirada, de nuevo, absorta. Nadie sabe de qué va esto.

Hay algo que tienen las noches de los pueblos, de los campos, que puede con todo. Hay algo más nítido que lo demás, es como si el mundo cobrara más consistencia, como si fuese más creíble todo esto, como si el algo ese que te pide la vida se entendiese ahora mejor, o acaso pudieses pronunciarlo. Como si todo esto fuese real. Como si acaso, y esto es lo más relevante, tú mismo lo fueses.

La pregunta, ahora en la noche nítida en la que todo se comprende, es otra: “¿qué esperas de mí?”, le dices a la vida, y la vida ya no te exige respuesta, y obtienes en respuesta el silencio que tú le prestas; el tren pasó. Y la vida se ha ido, y te quedas tan solamente solo. Después de haber perdido los pies y la cabeza corriendo detrás del Sileno, el Sileno te mira con cara perturbada y los ojos fuera de sí y, tranquilo, te dice:

“Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti morir pronto”

y 400 golpes se quedan en nada.