miércoles, noviembre 19, 2008

un dia de mayo en el supermercado


Me acabo de acordar de aquel día en el supermercado.
Te morías de risa con la mano en la boca mientras que con la otra agarrabas tu monedero de flores azules.
Antes de eso te estuve mirando un rato, de reojo. Tú también lo hacías.
La sonrisilla tímida que me brindaste fue el detonante.
Después me subí a la caja registradora y te declaré todo mi amor narrado como si fuese un poeta del medievo el que te hablaba (más bien gritaba con incontables gallos), con la izquierda en el pecho y la otra invitándote a subir conmigo. Reías, como antes decía.
Mientras tanto, la cajera me pedía que dejase de hacer el imbécil y el seguridad me agarraba de los pantalones intentando bajarme bajo la consigna de "niñato, no me hagas llamar a la policía". La gente se iba del supermercado con la sensación de que su amor naciese de nuevo.
Mereció la pena.
Este es uno de mis patéticos momentos de los que más orgulloso me siento.

Lástima que ahora tenga que contarte esto y no recordártelo.

así,
curaré mi asma a base de tabaco.

martes, noviembre 18, 2008

Mi jorobado más odiado

Toc toc. Llaman a la puerta. Me incorporo, me acerco. TOC TOC, de nuevo y más intenso. Creo que pregunté algo así como quién es o similar, y al ver que no había respuesta, decidí abrir
rápidamente.
Era él. Aquel jodido jorobado de tres brazos y dos piernas que me alimenta. Ni andrajoso ni nada por el estilo, iba hecho un puto asco. Una peste de más de mil demonios y un aspecto horrible, creo que también portaba un espejo inmenso.
Le empujaba cretinamente a la puerta con el hombro, quería pasar y pasó, siempre sucede así.
Dejó caer el fardo que transportaba desde dios sabe donde, quedándose en sus ropajes una marca sudorosa con la forma de aquel odiable fardo.
Por momentos quiso desvanecerse, pero no se lo permití, lo insté a que se quedase. Al dejar aquel paquete en el suelo, salpicó a las paredes con un extraño líquido de indescribible color que había en su interior, como algún suculento festín de carne putrefacta, maloliente.
Volviendo a la realidad me dijo algo así como: ¡aquí tienes tu droga!, seguido de un carcajada humillante. ¡Joder! ¡Cómo odio eso!, tuve el placer de ver su patética dentadura oxidada y desvencijada seguida de sus encías casi negras. Tosió, siempre lo hace, es como un intento de atentado frustrado por no llevar suficiente gasolina para llegar al lugar. Siempre sucede.
De nuevo intentó reir, pero esta vez no se lo permití. Cerré el puño y le golpeé en su horrendo rostro con todas mis fuerzas. Le hube de haber desfigurado la cara, pero sólo conseguí que frenase esa chirriante risa y que volviese su cara a mi mirada desencajada.

La rabia, instintiva, estalla; sentí un impulso sobrehumano por gritar y no parar de gopearle nunca, pero nunca digas nunca, y así fue, en ningún momento dije nunca.
Mal momento para recordar frases así...
Con mucho esfuerzo sostuve tres lágrimas y ese impulso instintivo; lo último que quiero es que me vea flaquear.

De repente, reorganiza su cuerpo y con una vengativa mirada me declara la guerra fíjamente a los ojos.

¿El resultadode este encuentro fatal?
Ahora escribo sentado a mi escritorio con la cabeza baja sobre, de nuevo, una hoja de papel.
Él, creo, erguido detrás mía, ladeado a la derecha con una sonrisa satisfecha.


Cae otro pedazo de incienso quemado.

viernes, noviembre 14, 2008

vomitando nadas

Hoja de papel. ¿Quién lo diría a estas alturas de mi barbilla que mira al mundo hueco que me rodea? Pues sí, hoja de papel y un boli azul de propaganda (odio a los bolis azules) para desvirgar y quizás violar a este siniestro espacio.

Ahora, pronto, aparecería una frase ingeniosa, quizás una alusión a una cita de una persona famosa (puede que un escritor ya muerto y enterrado). Posible sería también la puesta en escena de lo banal del mundo, de lo incunable del ser humano, de los odios y amores que nos gritan al oido, como un desprecio a todo y volver a ingresar en el olor prematuro, como una hoja en blanco, como una patética hoja en blanco.
Pero no, ahora no aparecerán.

Trane, por su parte y susurrándome al oido, por fin me habla de sus cosas favoritas, pero muy tímidamente. Me ayuda a escribir con sus interminables soliloquios agradables.
¿Cigarro liado en mano, humo en toda la habitación? No. Sol en los cristales, colillas demasiado lejanas al escritorio como para recogerlas y bolsas violetas bajo los miradores.

Tras mi silla, un flotante universo de maletas casi vacías y mal cerradas llenas hasta arriba de poca ropa, algún libro o libreta, algún instrumento de escritura y droga para el camino.

Es lo que tiene viajar en invierno.