domingo, diciembre 14, 2008

vislumbraciones nocturnas, de madrugada

Un gran suspiro me coge de la mano y me sienta al escritorio: escribe de nuevo.

...

¡Pero no puedo! Las mayores bestialidades y maravillosas hadas celestiales que podía describir en este blog se me ocurren en la cama. Por no levantarme y apuntármelas se van, se me olvidan.
Ayer, ayer por ejemplo, ayer ví con absoluta claridad y distinción una de esas tantas verdades absolutas. Pero estaba en la cama, tapado, con un par de mantas, sin estufas; los pies ya habían empezado a perder el frío natural con el que se acuestan, ya empezaba a mermarse la actividad cardíaca e incluso cerebral. Estaba en punto y aparte. Pero la vi, lo juro. Era algo tan claro...

Pero no me podía mover.
Me sentía como en mitad del océano dentro de una caja de madera de pino canadá. Baivenes y balancines y zarandeos acosándome, olas y espuma, alguna gaviota y algas sobre mi, el sol dando de lleno sobre la caja.
Y como si para escribir, debiese salir de ésta e ir a la superficie para después volver a la caja. Pero entonces la caja se habría ido hundiendo poco a poco hasta llegar al fondo del océano, hasta llegar a fundirse con medusas brillantes, acordeones marinos, pequeños xilófonos de coral y la linda voz de un oboe que la protegería.

¡Sería terrible!, ¡si intentase recuperarla sería terrible! entraría en el límite de mi aquejada capacidad pulmonar si intentase sacarla de allí...pero...¿por qué sacarla de un lugar tan resplandeciente y acogedor? ¿acaso si yo llegase aunque sea por descuido a un fondo del mar similar me gustaría que me arrancasen de el Lugar donde morí, donde se acabaron las vivencias y peripatéticas aventuras de un ser tan peculiar como yo o como cualquier otro?

Entro, como véis, en una continua contradicción: entre morir congelado en las gélidas y vibrantes aguas del océano, o intentar recuperar mi querida caja para poder sobrevivir a otra noche de invierno, aún costándole la felicidad a ésta, a mi caja, a mi ataúd.

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