Adivinar un rostro precioso inmerso en un vocabulario gernoso y sobre una personalidad que deja poco al asombro. adivinarlo entre las sabanas gimiendo y loco el rostro y entumeciéndose el resto del cuerpo y el torso irguiéndose a cada sacudida de calor. Adivinarlo entre las ráfagas de luz lunar que deja que pasen esta ventana minúscula y las cortinas abriéndote paso como una musa (ya no tan difusa); la situacíón se torna de nuevo obstusa y no sé qué tipo de excusas se evaporan con la intención tan pura y pulcra de abrir las esclusas y así excluir a ciertos individuos de esta carnada y fluir, que es lo importante, fluir como cerdos el uno del otro y sudarse el celo sin miedo y con muuuuy poco recelo. No hay esperas ni parones y el humo ciego del fruto de las flores nos puede hacer tumbarnos doloridos y corridos a manta.
El celo del uno frente al otro y las aureolas de colores suaves y tenues y los ojos azules huelen a sexo por cualquier parte del mundo. Saben a caramelo de café, y sin duda, ni a whisky ni a hielo: saben a celo, a bocanadas de celo y sangre por el suelo y sobre el cuerpo y empapando las sábanas para resolver el entuerto cegato; y al rato, desplomarse sobre una inmensidad de plumas y gorgotones de maravillas y purpurinas para explicar que follar es una actividad sin igual.
(y dolor de cabeza al final si es con desconocidos)
Siempre había escogido al azar las novias de una noche más por el precio que por los encantos, y haciamos amores sin amor, medio vestidos las más de las veces y siempre en la oscuridad para imaginarnos mejores.
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